Entre otras cosas que salieron a la luz con el último conflicto del campo, hubo voces que se levantaron para denunciar la situación de los trabajadores que desempeñan sus tareas en el oficio rural.
Algunos datos que difundió Clarín, interesantes para analizar:
Hay solamente 325.000 trabajadores registrados de 1.300.000 que trabajan en el campo.
Esto quiere decir que un millón de personas no tienen obra social cuando se enferman, aportes jubilatorios para cuando lleguen a viejos, asignaciones familiares para sus hijos y familias, ni están bajo la protección del Estado o los sindicatos.
El sueldo promedio de los empleados de todo tipo en blanco fue de $1.900 el año pasado, pero en el campo el sueldo promedio fue de $1.100 y más de la mitad de los trabajadores ganaron menos de $900.
El trabajo de niños y mujeres para tareas pesadas es también muy común en las actividades agrícolas, sobre todo en el norte argentino, donde hay grandes plantaciones yerbateras, algodoneras y tabacaleras.
La semana pasada hubo un allanamiento en algunas quintas productoras de huevos de gallina, a pocos kilómetros de Buenos Aires. Allí, inmigrantes bolivianos eran obligados a trabajar jornadas de 14 horas junto con sus hijos para poder cumplir con la producción, bajo condiciones de salubridad intolerables. Por las noches todo el lugar era electrificado para que no pudieran escapar.
Sería bueno preguntarnos quién se preocupa por esta gente.
¿Los empresarios del campo? Ellos son los que mantienen a sus empleados en estas condiciones.
¿Los gobernantes? No parecen dispuestos a regular una actividad que puede llevarlos a pagar un costo político muy caro.
¿Los otros argentinos?
No se escucha el eco de las cacerolas cuando los pobres bajan la cabeza y siguen trabajando.
Algunos datos que difundió Clarín, interesantes para analizar:
Hay solamente 325.000 trabajadores registrados de 1.300.000 que trabajan en el campo.
Esto quiere decir que un millón de personas no tienen obra social cuando se enferman, aportes jubilatorios para cuando lleguen a viejos, asignaciones familiares para sus hijos y familias, ni están bajo la protección del Estado o los sindicatos.
El sueldo promedio de los empleados de todo tipo en blanco fue de $1.900 el año pasado, pero en el campo el sueldo promedio fue de $1.100 y más de la mitad de los trabajadores ganaron menos de $900.
El trabajo de niños y mujeres para tareas pesadas es también muy común en las actividades agrícolas, sobre todo en el norte argentino, donde hay grandes plantaciones yerbateras, algodoneras y tabacaleras.
La semana pasada hubo un allanamiento en algunas quintas productoras de huevos de gallina, a pocos kilómetros de Buenos Aires. Allí, inmigrantes bolivianos eran obligados a trabajar jornadas de 14 horas junto con sus hijos para poder cumplir con la producción, bajo condiciones de salubridad intolerables. Por las noches todo el lugar era electrificado para que no pudieran escapar.
Sería bueno preguntarnos quién se preocupa por esta gente.
¿Los empresarios del campo? Ellos son los que mantienen a sus empleados en estas condiciones.
¿Los gobernantes? No parecen dispuestos a regular una actividad que puede llevarlos a pagar un costo político muy caro.
¿Los otros argentinos?
No se escucha el eco de las cacerolas cuando los pobres bajan la cabeza y siguen trabajando.